Wednesday, July 09, 2008

Introducción a Santiago, José Ángel Cuevas, Ediciones Balmaceda Arte Joven

Para apreciar el impacto de la literatura sobre el espíritu colectivo, la relectura es un ritual ineludible. Volver a visitar textos cargados de años es una forma de aproximarse a la real estatura de un texto. “Introducción a Santiago”, del poeta chileno José Ángel Cuevas, en su versión 2007 es un acabado ejercicio en el cual no sólo se ofrece al lector la oportunidad de reencontrarse con un extenso poema, casi clandestino, escrito en la década del ochenta. Acá se trata de la revisión completa del texto, incluyendo una nueva versión del mismo.
Pero ¡atención!. La maniobra es mucho más profunda. Cuevas, devenido en maestro de las nuevas generaciones de la lírica nacional, se pone a disposición de los recién llegados a la literatura y somete sus escritos al examen y el libre juego de un taller de literatura, realizado en el centro cultural Balmaceda Arte Joven. Así, los integrantes de dicho taller vuelven a escribir el texto, desde la óptica de su propia actualidad vital e intelectual.
El resultado es un cuidado volumen en el cual encontramos un auténtico diálogo de generaciones. En este intercambio, el joven de ayer conversa con el joven de hoy, en el territorio libre y atemporal de la literatura.
La primera parte rescata el canto original, fechado en 1982: año difícil, cuando asomaba en el horizonte el descontento que terminó por derrotar a la Dictadura siete años después. Esa inquietud, ese miedo, esa desazón es la que se transmite verso a verso, con las correspondientes acrobacias verbales que buscaban eludir la censura imperante. Cuevas hizo de su voz una de las importantes de su generación. “Yo pasé una noche de Estado de Sitio / sin querer, en la puerta de una casa, / las patrullas aullaban a lo lejos / bajo los edificios callados / Todo estaba frío, los cuatro millones dormían / Fui el tipo más solo del mundo esa noche / mis amigos cabían en los dedos de una mano).”.
Junto a su obra, los jóvenes del taller de Balmaceda Arte Joven desafían al viejo maestro con sus certeras versiones del poema, destilando visiones nuevas de un Santiago que, entre demoliciones y actos fallidos de reforma, se las arregla para ser la misma ciudad, terrible, ingenua, acogedora y caníbal. Destacan nombres como el de Gonzalo Geraldo, que en breves versos nos enfrenta a la inmigración extranjera, tan mal mirada en ciertos casos, (gente morena), tan exaltada en otros (gente de tez clara). “Soy una pobre diabla de la Plaza de Armas / la obrera de los quehaceres domésticos / la paria del Barrio Alto / la chola ladrona / la ingenua la inocente / la que creyó en los Huasos Quincheros / y verán cómo quieren en Chile / al amigo cuando es forastero”.
En suma, “Introducción a Santiago” salda parcialmente deudas mutuas entre la realidad de un país y su literatura marginal. El encuentro entre distintas generaciones que comparten sus miedos, asombros y esperanzas, deja un buen sabor para el lector ávido de buenos versos.

Aullido, Allen Ginsberg

Ya es una señal de alerta ver que un libro de poesía es publicado al alero de una colección de narrativa tan célebre y rigurosa como lo es la serie “Panorama de narrativas” de Anagrama. Y ojo con eso, que estamos ni más ni menos que ante uno de los monumentos de la literatura norteamericana del siglo XX. Nos referimos al texto “Aullido” de Allen Gisnberg.
Ginsberg se ubica en el centro de la gran constelación de la corriente Beatnik, junto a santidades como Jack Kerouac, Lauwrence Ferlinghetti y William Burroughs, entre otros. Si hay algo como un “canon” de poesía comprometida con su tiempo, “Aullido” está en el centro de la atención. Poema desafiante como pocos, en él Ginsberg se adentra a las honduras del espíritu de insatisfacción en la nación norteamericana, han anunciando la gran lluvia que habría de venir.
El momento de su lanzamiento (primero como lectura pública y más tarde como edición “formal”), marca un antes y un después y re instala la figura del poeta como visionario y provocador que busca despertar a la ciudad dormida. Es la senda del iluminado que se lanza sin temor a lo suyo, como un Sócrates bebiendo la cicuta, o un Rimbaud abandonando todo a los dieciocho años para ir en busca de la última señal de vida. Aullido es un extenso alegato a favor de la libertad del cuerpo y el espíritu, y no en vano se convirtió en inspiración para la siguiente generación, la que se lanzó a “tener el mundo y tenerlo ahora”, en la década de 1960.
En ese sentido, el texto se reafirma, edición tras edición, como un vestigio cultural relevante del poeta como encarnación del espíritu de una época. Desde el arranque, sus verbos ya proverbiales le hacen honor a un título arrasador y demasiado significativo: el aullido del dolor y del placer, el aullido de la búsqueda de santidad y el alma que cae en llamas a la tierra después de un vuelo liberador: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas, desnudas”.
Después de este grito desgarrado, ya nada fue igual. La buena conciencia de la Nación Americana despertaba tarde a sus propias pesadillas. Vino el rock and roll y le puso música al furor, la libido y la rebeldía. Y allí, en medio de la fiesta, Allen Gisnberg tomaba su lugar como uno de los inspiradores de ese éxtasis. O sino, pregúntenle a Bob Dylan, pregúntenle a toda una camada de artistas que abrieron sus mentes leyendo a Gisnberg. Un aullido eterno. Una voz que no se agota en su largo caminar. Un auténtico profeta.

Los hijos de Húrin, J.R.R. Tolkien, editado por Christopher Tolkien, Minotauro

Con la publicación de “Los hijos de Húrin”, se agrega un elemento más a la intensa obra de J.R.R. Tolkien. Lejos de lo que sectores de la crítica se apresuran a afirmar, el presente volumen es mucho más que una operación comercial, destinada a sacarle más utilidades a materiales residuales del potente escritor. Para entender esto, es necesario primero recordar que Tolkien fue un auténtico creador de universos, a través de cada uno de sus textos. Teniendo como centro la trilogía de “El Señor de los anillos”, y su antecesor “El Hobbit”, más allá de una obra literaria, lo que se presenta es un cosmos completo, con distintas tierras, razas y culturas que se enfrentan y conviven, en el exuberante entorno de la Tierra Media.
Desde un principio de su trabajo literario, Tolkien quiso que sus textos tomasen la forma y el sentido de los mitos más antiguos de Europa, como las sagas nórdicas, el Kalévala finés y textos como Beowolf, La Iliada o el ciclo del Rey Arturo. En ese camino, el autor produjo mucho material aparentemente disperso, complementario de su obra estructurada. Pero atención, porque la verdad es que tras su muerte, y bajo la guía de su hijo Christopher, poco a poco quedó claro que ese material era parte del total de su obra. Mitos, leyendas, cantos, poemas y canciones que Tolkien dejó sin terminar de editar, constituyen un cuerpo inseparable junto a sus obras definitivas. De hecho, producto de esa exploración póstuma, en su momento se dio a conocer “El Silmarilion”.
Ahora es el turno de “Los hijos de Húrin”. En ella se presenta una historia fundamental en los tiempos más antiguos de la cosmogonía tolkienina. Húrin, un héroe humano que se enfrenta a la maldición de Morgoth, el señor oscuro, (antecesor de Sauron, el supremo villano de “El Señor de los anillos”). Los elementos habituales de enfrentamiento entre el bien y el mal se encuentran aquí mucho más acentuados que en los otros textos. Orcos, elfos, hombres y enanos llevan unos pocos siglos sobre la Tierra Media, y ya la existencia está plagada de intensos conflictos.
La brevedad del relato conduce a una concentración del material literario más intenso y dramático en este libro. el mal inevitable, los eslabones de hierro que atan a los protagonistas con su propio destino, recuerdan los mejores momentos de las tragedias griegas. Un J.R.R. Tolkien especialmente oscuro, sorprende y estremece al lector, con la densidad de una trama llena de “muchas derrotas y muchas estériles victorias”. Amor, lealtad, guerra y esperanza completan una trama apasionante. “Los hijos de Húrin” es una pieza indispensable para el fanático de la mejor fantasía escrita, y en definitiva, de la literatura de primer nivel.

Ecos cercanos, Miguel Barahona, LOM Editores

Un libro que pretende revisitar la obra de cuatro grandes nombres de la filosofía podría suponer un grado de densidad intimidante. Y es que el propósito no es menor, y este es ni más ni menos que revisar los fenómenos de raza a la luz de las visiones de dichos grandes pensadores: Marx, Durkheim, Tarde y Weber. Pues bien: “Ecos cercanos”, del antropólogo chileno Miguel Baraona, está muy lejos de la espesura académica que se podría suponer desde las declaradas intenciones del texto.
Ya en su prólogo, lo que el autor logra es una cercanía y calidez que podría contrastar con la altura del fin buscado. Y esto lo hace, en primer lugar, explicando vivencialmente el cómo llega él a plantearse el trabajo que aborda. El relato es interesante, ya que Baraona enfrenta sus propios fantasmas académicos y los detalla. Él, como antropólogo, se vio en la situación de estudiar detalladamente el modo de vida de ciertas comunidades rurales del sur de México. Como buen antropólogo, esto pasaba por vivir un período prolongado en medio del grupo humano a estudiar. Y desde la partida, al autor le quedó claro que los prejuicios con los que llegaba, las ideas preconcebidas y una visión sesgada, no tenían nada que ver con la realidad que comenzaba a vivir. Ya en ese momento se planteo la inquietud de cómo las ciencias sociales tienen un acercamiento erróneo para entender la identidad étnica y sus profundas raíces. El contacto diario con las comunidades mayas, que pese a siglos de dominación occidental mantienen su nexo y sus valores, lo llevó a revisar en profundidad la visión que el pensamiento actual tiene de los pueblos autóctonos.
Desde esta visón, Baraona se lanza a releer los clásicos, tratando de entender lo profundo de pueblos que defienden su patrimonio espiritual. El tema no es menor. El mundo se ha visto estremecido por conflictos que tienen un componente racial como eje. Desde el levantamiento Zapatista en Chiapas, pasando por el desmembramiento de la ex Yugoslavia, hasta la dureza del conflicto mapuche en Chile y el sur de Argentina, está claro que no hemos sido capaces de construir una visión del tema racial.
Para el público no iniciado, el volumen tiene un innegable valor ya que el autor hace un certero resumen de los planteamientos de cada uno de los pensadores estudiados. Esto es especialmente cierto en el caso de un filósofo influyente como pocos, como es Kart Marx. En el capítulo dedicado a su obra y legado, Baraona resume buena parte de la historia contemporánea, con sus revoluciones y contrarrevoluciones, ayudando a entender muchos procesos contemporáneos.
“Ecos cercanos” es un libro que tiende un puente entre la visión académica y la realidad concreta. Y ayuda a entender cómo la visión de ciertos pensadores está mucho más presente en nuestra vida de lo que imaginamos. Un valioso esfuerzo por salir de la mediocridad que a veces pareciera inundarnos.

Se oyen los pasos, Gonzalo Planet

La literatura especializada en rock chileno poco a poco va sumando títulos, los que son un intento por llenar un injusto vacío teórico. Esto, en medio de una realidad a ratos paupérrima, hace que se reciba con alegría un esfuerzo como el de Gonzalo Planet y su libro. Revisamos ahora la reedición y ampliación de su libro de 2004 “Se oyen los pasos”.
El texto repasa en 300 páginas los momentos seminales de rock and roll nacional, en las intensas décadas de los 60 y 70. Tiempo de intenso cambio y saltos evolutivos, tanto sociales como artísticos y políticos. el rock en todas partes se consolida como un componente esencial de la cultura del siglo, y Chile no fue la excepción. Lo interesante que asoma en este libro es ver las particularidades de este proceso a nivel local.
Lo primero que asoma es la aparición de la tendencia de guitarra y bajo como una respuesta ante las endulzadas propuestas de la “Nueva Ola”. Este movimiento copiaba fielmente el inofensivo sonido de los “pretty faces” norteamericanos, y en el fondo era una mera implantación. Ante eso, aparecen grupos como Los Vidrios Quebrados, Los Beat 4 o Los Jockers que comienzan a dar cuenta de otras tendencias, como el beat, el soul y el hard rock. ellos abrieron el camino para la entrada del rock más rupturista a las orejas nacionales.
A contrapelo del conformismo de mercado, estas y otras bandas comenzaron a abonar el terreno para que sonidos más duros y experimentales intentaran tomar por asalto la provinciana paz de aquellos tiempos.
Más allá de lo cantado en las letras, lo que esos pioneros intentaron imponer era más que nada la actitud, y esa es una de las cosas que sorprende al leer el texto. Se adivina un fondo represivo, conservador y agresivo en contra de estos desenfadados chascones que se atrevían a romper la monotonía ambiente con su incipiente jipismo. Ahí uno se encuentra con anécdotas tragicómicas, como cuando los Jockers fueron atacados una noche por una turba que, tijera en mano, procedieron a raparlos, imponiéndoles así el look de “gente decente” que era obligatorio en esos tiempos. Mirando en retrospectiva, gestos como esos ayudan a entender el porqué un país así de intolerante terminó siendo gobernado durante 17 años por una dictadura, que finalizó con un 43% de apoyo, a pesar de las barbaridades cometidas por ese gobierno.
en ese sentido, se reivindica la figura del rockero y su rebeldía primaria, libre de discursos e ideologías. Y esto es claro cuando se revisa que la prensa de izquierda y derecha condenaba al unísono el modo libre de vivir y crear de esas y otras bandas.
El libro cubre el período entre 1964 y 1973, con lo cual se engloba lo esencial del rock patrio. Aparecen próceres como Los Jaivas, Congreso, Los Blops y Aguaturbia. Todos ellos son nombres imprescindibles en la cultura popular chilena.
“Se oyen los pasos” se lee con agrado. Se nota que está escrito desde las entrañas del estilo, con mano de músico y fan, pero sin caer en la autocomplacencia. Se respira respeto y admiración, pero a la vez mucha serenidad en la mirada. Es un volumen de continuidad, que reclama una continuación y sucesivas re ediciones, que amplíen el rango cubierto y la profundidad. Ahora, lo imprescindible también es que se hagan reediciones de la música reseñada, y no tener que andar dependiendo de la informalidad cibernética de los sitios “torrents” de Internet. En fin. A más de cuarenta años desde que algunos “coléricos” se atrevieron a subir el volumen de sus amplificadores, seguimos escuchando sus pasos, en el corazón.